martes, 7 de septiembre de 2010

Crónica de Peracense 2010 (y V)

QUINTA JORNADA (et postrera)

Llega el final del túnel del tiempo

E ya amanesció el día de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, último destas jornadas en Peracense, cuando tras los consabidos alivios, abluciones e desayunos contemplamos los mesnaderos cómo algunos dellos començaban ya de buena mañana a desadereçar sus pabellones por transportar sus enseres a las caballerizas allende las murallas del castillo, pues eran muchos los trabaxos que les aguardaban e non menos las horas de viaje a sus respectivos feudos. Sin embargo faltaba aún el último acto de la tragedia que durante tres días vivió la tenencia de Peracense, estando don Ruy Ximén de Urrea preso en las manos del Cornel, cargado de grilletes et con su honra puesta en entredicho. De modo que a eso de la hora de sexta mandó don Eximén traer a su presencia al desposeído tenente e ocurrió lo que sigue:

Ximén Cornel baja de la torre y su gente coloca una silla de tijera en el podio que hay ante la plaza de armas, al pie de la escalera. Al tiempo que se sienta en ella, el viejo dice:

Cornel: Galcerán, que tus hombres traigan aquí a don Ruy

Galcerán va a por Ruy, quien ha pasado la noche preso et engrilletado en el aljibe.

Cornel (dirigiéndose a Galcerán): Un ricohombre de Aragón no debe llevar grilletes más tiempo del necesario, liberadle…

(Galcerán libera a don Ruy los grilletes de las manos)

Cornel (dirigiéndose al Urrea): Don Ruy, ya nada tengo contra vos ni contra vuestra casa, puesto que Peracense ha vuelto a mis manos, de las que nunca debió salir. Sois libre de ir donde os plazca, fuera de estos muros y de las tierras de mi señorío.

Urrea: Yo, no obstante, mantengo pendencia contra la casa de Cornel. Por ello, en mi condición de caballero, os exijo por derecho el Juicio del Altísimo, solos, entre vos y yo... Ya que no el Rey, sea Dios quien me entregue Peracense. ¡Os reto, señor Cornel!

Cornel: Sea pues, a Su Justicia me encomiendo. ¡Acabemos, avaricioso abastador! ¡Abrid el campo!

Don Ximén se despoja de sus vestiduras y se arma, mientras que Enrique, parcial de don Ruy, busca las armas de éste. Ambos judicantes rezan brevemente antes de dirigirse al lugar de justar. Mientras esto ocurre, dom Enrique lee al público asistente las condiciones del duelo judicial:

DUELO JUDICIAL

A las damas e caballeros presentes en la fortaleza de Peracense.

Habiéndose dado el caso de emplazamiento a duelo judicial del emplazado don Ximén Cornel por el tenente deste castillo don Ruy Ximénez de Urrea por la posesión del mismo, et recogiéndose jurisprudencia de dicto duelo en el Fuero otorgado por S.M. don Alfonso el Segundo de Aragón a la villa de Teruel en el anno de 1176, en su folio LIII, capítulo CCXI sobre el duelo judicial de los deudores emplazados, sea concedido tal emplazamiento et sea desarrollado el duelo del modo siguiente:

- Primero, que hallándose demandante e emplazado presentes en el campo, e habiéndose llegado a acuerdo entre ellos, non sea necesaria la búsqueda de adalides que los representen, siendo los dos ricoshombres suprascriptos, don Ruy Ximénez de Urrea et don Ximén Cornel, quienes tomen las armas et luchen por su razón en sus propias personas.

- Segundo, que bajo pena de muerte ose ninguno de los parciales de ambas casas ayudar a sus respectivos señores en la lucha, ni procurando la victoria de su señor ni facilitando la derrota del adversario.

- Tercero, que la lucha sea desarrollada con las armas de caballero, esto es, a espada e escudo.

- Cuarto, que un juez imparcial vele por el desarrollo del juicio e non permita trampa ni añagaza por parte de ninguno de los contendientes en el desarrollo del mismo.

- Quinto, que un escribano o secretario tome nota del desarrollo del juicio e dé fe del resultado del mismo, siendo llevado el escrito ante Su Majestad por darle su beneplácito.

- Sexto, que el resultado del duelo judicial, sea cual fuere, sea tenido por juicio e voluntad del Altísimo por todas las partes implicadas en él, aceptándolo sin derecho a réplica.

Establecidas las condiciones e aceptadas por las partes implicadas, de, pues, comienzo el duelo cuando ambos contendientes estén convenientemente preparados para el mismo.


E assí fecho, combaten ambos caballeros en la segunda liza del castillo por la posesión del mismo. Don Ximén Cornel lleva la iniciativa en la lucha, pero a la postre es el señor de Urrea quien se hace con el triunfo desarmando a su adversario e faziéndole hincar la rodilla en el suelo…

Urrea: Dios ha hablado por el filo de la espada de la Casa de Urrea. ¿Reconocéis que habéis sido vencido en lid justa y honrosa? ¿Reconocéis que Nuestro Señor Jesucristo ha ratificado, por medio de este duelo judicial, que la Tenencia de Peracense pertenece a la Casa de Urrea?

Cornel (cabizbajo y avergonzado): Sí, reconozco que, si bien en justicia Peracense me pertenece con recto Derecho, Nuestro Señor Dios me lo ha negado por mis muchos pecados. No soy digno de la tenencia y mi vida está en vuestras manos, pero no imploraré por ella, ¡no!.

Urrea: Sin embargo, yo os la concedo, no manchare mis manos con vuestra sangre. Sé que la pasión y el orgullo os han cegado. Os concedo la libertad de abandonar Peracense a vos, a vuestros parientes y a vuestros hombres.

Cornel: Os agradezco, en cuanto vale, la gracia de mi vida y la de los mios, barón. En esto estoy en deuda con vos. Y juro que nada más deseo que poder pagarosla algún día. Que Santa María y su Hijo os guarden hasta entonces...

Don Ximen, manteniéndose en su dignidad, abandona el castillo.

Urrea (alzando la espada): ¡¡¡¡PERACENSE POR URREA!!!! ¡¡¡¡ SAN JORGE Y ARAGÓN!!!!
Todos: ¡¡¡¡ARAGÓN, ARAGÓN, ARAGÓN!!!!

Deste modo la tenencia de Peracense permanece bajo el pendón de Urrea gracias a la perfidia e la felonía de un barón que non supo obedecer a su rey llevado por la ambición de sus posesiones... Nadie dijo nunca que el mundo fuera justo, e aquí hallamos buena cuenta dello.

E ciertamente poco más queda ya por contar. Tras la derrota del Cornel los mesnaderos acudimos a la mesa por degustar la última pitanza mas ya todos pensábamos más en los agotadores trabaxos de desmonta del campamento et de las salas del castilllo et en el viage de regreso que en mantener erguido el orgullo de Peracense resucitado. Assí que tras la comida -ya en franco decaimiento de las formas e modos- abrióse sesudo parlamento entre los asistentes, fabláronse muy complidas raçones que non es aqueste lugar de detallar e poco a poco fuimos poniéndonos al avío del desmonte del campamento e su traslado al carromato que en las caballerizas nos esperaba, lo qual fue fecho en non demasiado luengo tiempo et todo hobiesse quedado sin otra novedad de non seer que la bestia que habría de transportar los enseres de la mesnada Fidelis a sus possesiones en Çaragoça obstinábase de nuevo en non cabalgar por falta de forraje, lo cual nos obligó a fazer descanso en la villa de Peracense mientras esperábamos ayuda de los mantenedores de las caballerizas. De modo que aprovexamos el tiempo de espera para entregar a los posaderos de la fortaleza un muy lucido pergamino de agradescimiento por sus desvelos, tomarnos unos espirituosos, rescibir las felicitaciones de maese Artal de Alagón por nuestra dedicatio e incluir en la nómina de los Fideles del Rey a don Pedro de Ahones, desde ese momento miembro de derecho de la Mesnada Real.

E assí, a más de una hora passada de completas, pudimos por fin salir de la sobrecullida de Daroca pensando que a los mantenedores de la mala bestia que nos había tocado en suerte íbanle a pagar el alquiler de la misma Santa Rita "La Cantaora" e San Jorge mano a mano, que non son maneras de alquilar bestias que non quieren cabalgar habiendo pedido una que sí lo fiziera sin remilgos. Una hora e media más tarde descargaron los Fideles sus enseres en la cilla çaragoçana mientras el escribano, bastante maltrecho e con ganas de coger su cama en el castillo de Zufaria, emprendía su camino aparte llegando a sus possesiones poco antes de completas.

E assí como lo he contado sucedieron aquestas honrosas jornadas en el castillo de Peracense, que vio por vez primera en 700 años retornar a la vida sus salas e lizas gracias al tesón et el buen fazer de los mesnaderos que a ellas acudieron e que sin lugar a dudas volverán a alzar sus pabellones et estandartes en ocassiones postreras.

En el castillo de Urrea, en la ciudad de Çaragoça, a 17 días del mes de Augusto deste anyo de 1210, festividad de San Eusebio de Sicilia.

FIN DE LA GRAN CRÓNICA DE PERACENSE 1210

Enrique de Çaragoça

Cronista Maior de la Hueste Fidelis Regi