martes, 7 de septiembre de 2010

Crónica de Peracense 2010 (2)

SEGUNDA JORNADA

Amannesció, pues, tras fría nocte el día de Nuestra Señora de las Nieves (que no es mala advocación para la baja temperatura) e començó dese modo la primera de las jornadas que los mesnaderos íbamos a pasar entre las piedras rojas de Peracense, lo qual fizimos, para non perder la costumbre, baxando al pueblo por tomar un buen desayuno con el que cargar las fuerças que bien iban a fazernos falta en lo que quedaba del día.

Repuestos los cuerpos e cargados de energía los ánimos, dispusímonos a terminar el traslado de nuestros enseres al primer patio de armas de la fortaleza desde do estaban nuestros caballos e carromatos mientras otros fideles se ocupaban del alçado de pabellones e la componenda de sus camas para la pernocta e íbamos ya saludando a las mesnadas convocadas al evento e que, llegados entre los días jueves, viernes e sábado fueron los siempre afables e amistosos arqueros catalanes de Arcoflis (faltando entrellos el excelente don Ioan de Ancheta, que muy a su pesar se perdió el acontescimiento por causas maiores), la gallarda mesnada de A.C.H.A., los Caballeros del Norte Iparreco Iaunac, la Milicia Concejil de Medina del Campo, la hueste Aliger Ferrum, la Milicia Concejil de la Rioiia de don Sancho de Haro, la hueste Anima Ensis, la pequeña mesnada de los Siervos de don Germán de Leyva (que estaba el bueno de don Germancico, con apenas un añico de vida, literalmente para comérselo con sus sonrisas y sus carantoñas e fue la alegría del campamento en todos los días queste duró), la hueste Ferruza (con donna Verónica acompanyada por el fiel Zeus, un cachorrillo de boxer juguetón de apenas cinco semanas que también fizo las delicias de los presentes), los freyres Calatravos de la encomienda de Alqannis, maese Axil (junto a los sennores Harald e acompañantes, poderosos herreros que domaron los fierros con la maestría de Hefaistos), fray Galcerán de la Orden del Acero Negro, la mesnada portuguesa Guildas Aureas, llegados desde las lexanas tierras de Lusitania, los sennores freyres cistercienses de la Villa Turoli…

... et la gloriosa mesnada Fidelis Regi, compuesta en aquesta ocasión por don Ximeno Cornel, su fijo don Castán de Biel, don Atho de Foçes e su esposa donna Roçío Bruna, don Pedro de Ahones, don Artal de Alagón, don Rodrigo de Liçana y sus fijos don Santyago e don Xavier, don Lope Ferrench de Luna, don Ruy Ximén de Urrea, su esposa donna Ana de Luesia e su fiel can Ibn, don Sancho de Antillón et donna Luisa Magistra, don Gombaldo de Tramacet, don Xavier Polo, don Assalit de Gúdal, don Pedro Maça et el escribano, secretario de cartas latinas et monge hospitalario de la Hueste Fidelis Regi dom Enrique de Çaragoça, que aqueste recuento de mesnaderos viene de fazer et al que muytos trrabaxos esperarían en la capilla de Peracense en las jornadas que tantos e tan gallardos mesnaderos contemplaron los muros del Castillo Rojo.

Todos aquestos que digo fuéronse llegando a Peracense en días sucessivos hasta el número de casi un centenar, e gracias a todos ellos la fortaleza fue retomando su vida e sus estancias tal como estuvieron en tiempos de nuestro señor el rey Don Pedro, que daba gozo ver cómo el esfuerzo común transformaba a lo largo de todo el día las frías e solitarias estancias del castillo en una fragua (obra de don Axil de Legio, don Harald de Gadir et sus acompañantes, que traxeron para la occasión un impresionante fuelle et un yunque de varias arrobas desde sus tierras andalusíes), un cuerpo de guardia con sus escudos, lanzas et escribanía, una cocina con todos sus enseres e complementos (tarea de la que se encargaron con grande dedicatio e detalle los excelentes Señores de Norte) e una capilla con primorosa talla de la Virgen del Castillo Nuestra Sennora, un iconostasio de riquísimas telas, una mesa de altar vestida con rico paño brocado e con estolas con la crux gamada de la Paz e una lámpara de latón plateado tan primorosamente labrada que parescía recién robada de las páxinas de las Cantigas de Santa María del buen rey don Alfonso X de Castiella, todo lo cual fizo a don Pero Maça e a don Xavier Polo alcançar elevados altares de goço en viendo todo tan donosamente dispuesto, pues por non faltar nin siquiera se dexaron el incienso con el que ambientar odoríferamente el lugar en el que varias visitantes entradas en años se persignaban como si la tal capilla hoviera sido consagrada por el mismísimo obispo de Albarracín.

Añádase a todo ello la planta de casi medio centenar de pabellones e tiendas normandas, toldos, mensas, bancos, utensilios varios, armas e armeros en las diferentes lizas del Castillo Rojo para considerar cuán maravilloso e lucidíssimo resplandecía Peracense quando fue llegada la hora del yantar, a eso de nona, refectio que fizimos en la fonda del pueblo de Peracense algunos mesnaderos servidos por daifas que nos traxeron ensaladas, pasta, pimientos rellenos, carnes e pescados de deleitoso paladar, alargando un tantico la sobremensa antes de retomar el camino de la fortaleza por continuar los nuestros trabaxos…

Mas, ¡ay! al retornar de nuevo al Castillo Rojo descubrió el señor de Urrea que los arqueros del Diablo habían trocado el pendón blanquiazul de su Casa, que habíase plantado con grandes esfuerços en la falsa torre del homenaje, por una tosca tela anaranjada que recordaba mucho los colores de la Casa de Cornel e que resultó ser un tosco suelo de pabellón por fazer broma al señor de Peracense, cosa que fizo a aqueste amostazarse un tantico por tal ignominia…

A pesar dello era aquesta primera jornada momento aún de bienvenidas, saludos e parabienes en modo tal que aún habríansse de llegar las horas nocturnales sin estar todo el campamento completo ni las salas del castillo plenamente adereçadas, de manera que cayendo sobre los mesnaderos allí presentes el oscuro manto de una noche bien fresca a maravilla, retirámonos todos a descansar. Nihil obstat para que el buen escribano sofriese en sus carnes la desgracia del infortunio, pues apenas una hora después de que las roncas de mis companneros de mesnada informaran de su caída en los braços de Morfeo, escuxó el monge en su pabellón un pequeño crujido como de güeso fracturado en los listones de su catre, de modo que, levantándose por ver qué cossa podía ser tal inquietante ruïdo, dió el escribano con su orondo trasero en el suelo al quebrarse definitivamente con horrísono estruendo el larguero izquierdo de su camastro, lo qual fízome darme a los mil diablos del Averno, arrastrar mi colchón al suelo e dormir el resto de la nocte como soldado de mesnada en alerta, que estaba el Assí, pues, roncando los unos e maldiciendo el otro, dexaremos a los habitantes de la fortaleza de Peracense hasta la mañana del siguiente día, que iba a ver la resurrección del Castillo Rojo tras setecientos años de sueño abandonado por la Historia.