domingo, 16 de agosto de 2009

GRAN CRÓNICA DE PERACENSE... 1209

Contada, tras sobrevivir a las inclemencias que los Cielos nos brindaron, por el Cronista Maior de la hueste Fidelis Regi, maese Enrique de Çaragoça, con el su orondo cuerpo calado e lucidas vestimentas tintadas en rosa mas con el ánima alegre e dichosa de los buenos momentos passados en el castillo rojo de Peracense, en la frontera de Castilla

"¡COMPANYEROS, QUE EL AGUA NON NOS PARE!"
(Artal de Alagón)

PRIMERA JORNADA

In nomine Patris, et Filii, et Spiritu Sancti, amen.

Extrannos son los designios del Altísimo, pues la Natura promete en el tiempo del estío mucha calor, et cielos limpios e azules, e assi el ser humano lo espera por seer costumbre comprobada a través de los sieglos, mas jamás debe fiarse dello en demasía, pues a vezes olvidamos que el Hombre propone mas es Dios quien dispone e tal vez fuesse señal del Hacedor la que los mesnaderos rescibieron en los glacis et estancias de Peracense, do multas fueron las aventuras ocurridas en aquesta ocasión, como se verá muy de seguido.

Pues habéis de saber, mis muy amados lectores destas crónicas, que estaban convocadas las huestes de toda la Hispania por tercia vez a la defensa del castiello de Peracense, propiedad del muy noble seor don Ruy Ximén de Urrea desde que el passado anno fuérasele otorgada la tenencia de la fortaleza por el rey nuestro señor don Pedro el Segundo de Aragón, arrebatándosela a don Ximeno Cornel, de lo cual quedó aqueste caballero muy mal agraviado, hablando duras palabras sobre el monarca e prometió venganza por la felonía que él consideraba mui injusta e poco agradescida de los multos servizios que la Casa de Cornel había prestado a la Corona.

Largas iban a ser las jornadas compartidas por las huestes convoadas en aquesta occasión, pues ya desde el jueves, día de los santos Justo e Pastor, 6 de agosto deste año de 1209, disponíamos los mesnaderos de entrada franca en Peracense, con tiempo de alçar pabellones e disponer la campa muy a nuestro plazer. Dió comienzo la jornada, pues, con la tarea de cargar los bártulos precisos para el encuentro en nuestro refugio de Çaragoça a la hora de tercia, lo que fizimos con grande ánimo et en poco tiempo, partiendo muy de seguido hacia tierras turolenses. Iban en aquesta ocasión con el escribano en su corcel los señores Assalit de Gúdal et Maese Gominolo, formando la caravana hacia Peracense en aquesta primera jornada los antedichos, faziendo el camino en escasa hora e media (con el tiempo incluso de una breve parada en un caravansar próximo a Montreal del Campo do tomamos un refrigerio) e trovando en el castillo ya una buena copia de gentes, pues non eran pocas las mesnadas e los soldados, campesinos, herreros e otros mil oficios los convocados al encuentro.

Ya comenzábase a contemplar la gallardía de algún que otro pabellón, que hasta número de la veintena habrían de juntarse en las lizas de la fortaleza, de modo e manera que entre el jueves y el viernes (e aún el sabado a la mañana) pudo el escribano saludar con grande efusión e alegría a don Ximeno Marco de Celaya e los bravos miembros de la Compañía del Lobo Negro de A.C.H.A., al siempre voluntarioso camarada e notabilísimo caballero don Lázaro de Leyva (que a punto está de seer felicíssimo padre de hermosa criatura e a quien dedico aquí mis más rendido homenaje por su amistad e su comportamiento, como se verá), al preclaro mercader e bravo mesnadero maese Rufino Acosta e los sus companneros de la recién nascida hueste Aliger Ferrum (a la que dessea el escribano toda sort de bondades en su camino), al inefable conde de Morvedre e su mesnada Leo Crucis, a Jaume de Montull, Ioan de Ancheta e Elisa de Montserrat, de los Arquers e Companya Almogáver de la Flor de Lis, a los siempre admirables Señores del Norte Iparreco Iaonac Fortún de Ayala, Yñigo López de Mendoza e Rodrigo Ortiz de Zárate e a otros mílites e gentes del vulgo llegados de tierras muy lexanas tales como maese Axil de Legio, Harald de Maguerit e maese Kombo (admirabilísimos herreros, señores del Acero, entre cuyas manos tórnase yelmo y espada el vil material embrutecido), la fabulosa Orden del Acero Negro de frey Galcerán, el elegantíssimo maese Polo, el espléndido e admirabile mercenario muslim Josepe de Betula (et de cómo impresionó tal persona al cronista da suficiente muestra el hecho de que use el escribano el adjetivo "espléndido" -e aún "admirable"- a un perro moro cordobés), los siempre bienvenidos e maravillosos amigos de la Milicia Concejil de la Rioiia don Sancho de Haro et don Ignacio et, naturalmente, a la hueste Fidelis Regi formada por don Artal de Alagón (a quién non bastarán todas las palabras de nuestra parla castellana para describir, agradescer et ensalzar sus titánicos esfuerzos por mantener el bienestar de cuantos participaron del evento), don Ximeno Cornel (quien a pesar de su non consumada trayción sigue siendo acreedor de mi mayor admiración e respeto), don Rodrigo de Liçana (a quien los espiritosos de la nocte del viernes transformaron en extranna, vociferante e desternillante aparición fantasmal, que non parescía el grave caballero que acostumbra ser ni por asomo, vive Dios), don Sancho de Antillón (que, como acostumbra, siempre estuvo donde debía estar), don Ruy Ximén de Urrea (sennor de Peracense, que defendió sus posesiones con uñas e dientes aún sin asaltantes que las amenazaran), don Gombaldo de Tramacet (que nos fizo aprender las extrannas palabras "MP40", sin que el cronista sepa muy derechamente qué cosa es semejante galimatías, pero que era objeto fascinante que despertó notoria admiración entre los presentes) e los queridísimos don Atho de Foçes et donna Roçío Bruna (por quienes siente el escribano grande debilidad, como ya saben quienes le conoscen, et cuyas muchas fatigas, trabajos e dedicatio para con todos antes que para con ellos mismos alçaron más aún, si cabe, el estandarte del cariño en mi coraçón si tal fuese possible). Añádase a tal fabulosa copia de mesnaderos la presencia de bellas damas como donna Ana de Luesia, dona Luisa Magistra, donna Maite Física (eminente doctora en remediar heridas de guerra, que se produjeron entre los mesnaderos, e non pocas, Vive Dios), donna Pilar e donna Beatrix de ACHA, donna Marisol de Haro, donna Elena de Tramacet e otras muchas que agora la memoria del cronista non da para albergar más nombres, e aún la presencia de tiernos infantes que durante todas las jornadas alegraron con sus risas e ocurrencias los muros de Peracense para conformar un pastel cuya guinda no pudo ser otra que el fidelísimo Draco, el can del señor de Urrea, cuyo escribano e Secretario de Cartas Latinas acaba de fazer el recuento de las naves como Homero redivivo escribiendo la nueva Ilíada, líbreme Dios de la soberbia en la comparación.

Fechas, pues, las presentaciones, digamos que el día de los Santos Justo e Pastor passóse en las tareas de organizar la campa do alçar los pabellones, que quedaron distribuidos de modo que Leo Crucis e A.C.H.A. compartieron espacio en la segunda liza (lo que faze mas notablemente extranno el penoso incidente ocurrido en la nocte del sábado, como se comprobará) et el resto en la primera, próximos todos los mesnaderos a la taberna del castillo, que mostróse de grandísima utilidad e refugio en las malas horas. E como non podía ser menos, la estulticia et el estúpido afán de figurón del recién llegado escribano a la fortaleza de Peracense fueron protagonistas del primerísimo incidente del día, pues que estando don Lázaro de Leyva ocupado en alçar su siempre admirable pabellón, quiso el cronista -con buena voluntad pero alardeando de sus discutibles fuerzas e menguado entendimiento-, ayudar al buen caballero a subir su lecho hasta el promontorio do se hallaba la tienda con tan malas mañas, artes e fortuna que levantando el catre por ponerlo sobre sus hombros, quebráronse unos cuantos pitones de madera que sostenían las traviesas del somier dando con las tablas e la cama en el suelo, quebrantándose el nervio ciático del malhadado portador (de lo que se dolió durante un par de días, ¡y aún meresciendo que fuesen semanas, por meticón!) e lanzando don Lázaro al cielo un par de amables epítetos para disfrute del descerebrado escribano. Espero que el estropicio non haya sido catastrófico et qe el lucido catre de maese Lázaro de Leyva pueda ser rápida e derechamente reparado por sus buenas mañas, que desde aquí quiere aqueste borrico manos de árbol pedille mil disculpas e prometelle mantenerse a un par de estadales de distancia de su possesiones en lo sucesivo...

Tras la apoteósica aparición de maese Enrique de Çaragoça en Peracense, con la cabeça gacha e corrido e avergonçado como cura en burdel, dispúsose el escribano a prestar su menguada ayuda en tareas sencillas tales como sostener mástiles de pabellón (que en eso sus orondas carnes son buen contrafuerte non solum de mástiles sed etiam de catedrales góticas si se terciase), disponer toldos, cargar algunos bultos desde la campa próxima al castillo hasta su liza y alguna cosilla más, pues quienes me conoscen pueden comprobar que non es precisamente el trabaxo físico la más fuerte de mis virtudes, si alguna tuivere, sintiéndome más cómodo en el redactar documentos, preparar sishas, servir comidas e trazar dibuxos que en alzar mis arrobas desde el suelo tras clavar una piqueta o recoger un baúl. Non pretende ser aquesta justificatio de mi escasa participación en la monta del campamento, pero ya se sabe que excusatio non petita, accusatio demonstrata, e siento necesidade de, al menos, hacer comprender a mis lectores el porqué de una inactivitas que es fruto del buen comer et el poco correr mas nunca, jamás, de la falta de voluntad o la pereza, líbreme Dios destos Pecados Capitales.

Llegóse la hora del yantar, que fue como suele en el primer día bastante informal, de modo que unos cuantos mesnaderos baxamos a la fonda de Peracense por recoger las llaves de la habitación do íbamos a pernoctar e comimos en el comedor della servidos por unas mesoneras muy buenas moças que nos traxeron exquisitas viandas mientras en el castllo continuábanse los trabajos de monta del campamento et los companneros que allí trabaxaban daban respiro a sus tripas con bocadillos, lamines y otros espiritosos mas con poco tiempo para degustallos, que el tiempo era escaso y el trabajo mucho, de modo que juntámonos con ellos al cabo e assí, con el arrimar el hombro de unos (que fueron los menos, dixo sea de paso) e los ánimos de otros fue la liza de Peracense transformándose en lucido e galano campamento de soldados et llegóse la hora de la cena, en la cual los mesnaderos presentes compartimos toldo bajo las estrellas (de momento, que non passarían dos días para que tales etrellas se volviesen infiernos húmedos) con las viandas aportadas por las huestes, tras lo cual abrióse el consabido tempo de sobremensa con los chascarrillos, canciones, risas e jolgorio que los mílites solemos hasta altas horas de la madrugada, cuando vuestro cronista abandonó el castiello et dirigióse a su corcel, cansado e feliz, para dirigirse a la fonda de la villa dexando a los mesnaderos roncando en sus pabellones et soñando con un nuevo día et nuevas venturas.

E assí los mantendremos por el momento hasta un siguiente amanescer...

SECUNDA JORNADA

"¡AHÍ NO, TÍO!"
Harald de Maguerit

Tras el consabido concierto de recias roncas que acompañar suele a todo evento en el que los mesnaderos pernoctan bajo las mismas estrellas, alçóse el sol en el cielo en Peracense et entró por la ventana de la alcoba de la fonda do el escribano reposaba tras haber sufrido recio dolor de muelas la nocte anterior, de modo que algo dormido e contrito, dióse el cronista una buena ducha, bajó a los comedores a desayunarse do encontró a donnaElisa de Montserrat, a don Ioan de Ancheta e aún a otros mesnaderos de ACHA que a lo mesmo que yo habían baxado del castillo,do que tomamos los consabidos cafés, lamines e morrudencias, las cuales mucho nos entonaron, e tras ellodispusímonos a subir al castillo una hora antes de tercia, encontrándonos ya con un campamento militar a muy admirable maravilla.

Alçábanse los pabellones muy bien dispuestos et era grande gozo de ver su galanura e donaire, todos ellos con su mobiliario, sus camastros e yacijas como para revista de barón, el toldo muy diestramente adereçado, los armeros con sus lanças, espadas, manguales, hachas e escudos, los calderos colgados de sus trípodes e los soldados, siervos, artesanos et demás oficios del siglo practicando sus quehaceres cotidianos. Allá estaba don Rufino Acosta preparando su negozio de armería con exquisita galanura, de aqueste otro lado los maestros Harald, Kombo e Axil de Legio golpeaban el acero a plazer con su tintineo de martillos dando forma a un muy lucido yelmo, más lexos, en el toldo, los artesanos de ACHA e Fidelis Regi trabaxaban el cuero et la cota de malla, el escribano tomaba los cálamos junto a don Rodrigo Ortiz de Zárate preparando nuevos pergaminos, acullá donna Roçío Bruna e don Ato de Foçes començaban ya a adereçar la pitanza del almuerzo, por los caminos de ronda vigilaban los soldados e daban vozes de comprobación de alerta... Luego don Harald de Maguerit et don Kombo practicaban la esgrima con sus panoplias guerreras, recibiendo el primero un buen golpe de mangual en sus partes nobles hasta casi perdellas, lo que fizo al muchacho exclamar muy reciamente "¡Ahí no, tío!" mientras se doblaba sobre sí mesmo e contagiaba el dolor, por simpatía, al resto de mesnaderos que los observaban. Partióse también una espada de un mal golpe, don Atho de Foçes mostraba las excelencias de su nuevo bracamarte a quienes quisieron vello, que fueron todos e quedaron muy grandemente admirados de sus hechuras e contundencia, e assí con cuanto allá en Peracense pudo ser contemplado, que sin duda será motivo de negra envidia para quienes mal nos quieren (que son pocos, en verdad, pero alimentados con mala leche de nodriza judía) pues era día grande para todos ya que el tenente don Ruy Ximénez de Urrea iba a llegar a la tardada a su castillo e se esperaba también la visita de don Ximeno Cornel, por lo cual todo debía quedar lucido e galano a plazer.

Acercóse el escribano a la tienda de don Rufino por pedille unos buenos zapatos de cuero con puntas que habíale mercado semanas atrás, assí como unas tablillas de çera para tomar notas, lo cual rescibí con grande satisfacción, comprobando la comodidad de los zapatos et la utilidad de la tablilla, que exerció su papel a maravilla, e aún mercó el escribano al buen mercader e por muy buen precio un juego de cuchillo e punçón de acero, una vasa de cerámica de un cuartillo de capacidad e unas antiparras montadas en hueso para su vista cansada y que habría de utilizar con grande deleite ese mismo día. Mas ya he hablado de mis manos de árbol, de modo que a poco de haber mercado las antiparras quebrólas el patossísimo escribano de un mal golpe para ajustar el remache, de modo que habiéndole planteado el problema a maese Rufino, tuvo éste el magnífico gesto de cambiármelas sin gasto adicional alguno por las suyas propias, detalle que le honra como excelente e honrado mercader y más en aquestos tiempos tan críticos que corren para nuestras magulladas economías. Por este e otros motivos tuvo el cronista el grande plazer de preparar un pergamino ensalzando las mercaderías de maese Rufino, el qual colocó dito pergamino en la mesa de su tienda para lectura e disfrute de quantos se llegase a ella, agradeciéndomelo con el regalo de unas monedas castellanas chiquiticas pero en verdad muy fermosas.

Llegóse en todos estos trabaxos la hora del yantar, que fue preparado por las magníficas artes culinarias de los ya dichos e amabilísimos mesnaderos don Atho de Foçes e donna Roçío Bruna, e que consistió en un exquisito caldo caliente de productos del campo con infulas carnivoras, con lecho de lacteos fermentados bajo universo de huevo hilado al aroma de azafran con masa fermentada y asada de trigo, untada en aceite hirviendo al toque de sal, según palabras del notorio posader que llaman Ferrán Adriá, pero lo que en parla aragonesa derechamente entendida significa una sabrosa sopa de verduras con carne, queso, huevo, pan frito, sal e especias e seguido de una ensalada de pasta al vino que estaba todo ello en verdad jugoso et exquisito como para tratar al Divino Hacedor de tú a tú, e non digo más. Mucho disfrutóse de la comida et de otros lamines como el melocotón con vino que por la mensa de los mesnaderos discurrieron, tras lo cual, con las tripas bien llenas e los ánimos reposados, algunos fuéronse a dormir la siesta, otros se afanaron en lavar e recoxer los cubiertos e alargóse la sobremesa un tantico con el fumeteo de sisha, los chascarrillos e las bromas, tras lo cual retomáronse los trabajos de campamento hasta la llegada de don Ruy Ximén de Urrea, preparándose entonces todo para representar la acogida de don Ximeno Cornel, que fue como sigue:

En una mesa dispuesta al efeto, don Ruy et su escribano Enrique de Çaragoça repasan el montante de los impuestos recogidos las útimas semanas. Sobre dicha mensa hay velas (el sol casi está acabando de ponerse), una botella, un par de vasos, cálamos, frascas de tinta e pergaminos... Estando en estos quehaceres, el jefe de los centinelas encargados de guardar las murallas a partir de la hora Nona, hace su entrada en el recinto señorial:

Vela Mayor: Mi señor tenente, un ricohombre, acompañado de algunos caballeros, se halla a las puertas y solicita vuestra venia para hacer albergada.

Urrea: ¡Tarde es, a Fe! Pero no sería de buen cristiano no acoger a quienes solicitan nuestra ayuda en noche tal, si tan pocos son como dices. ¿Quizás dijeron su nombre y condición?

Vela Mayor: Sí, eso es lo más extraño. Se trata de don Ximén Cornel, el anterior tenente de este castillo, y su gente.

Urrea: ¿Don Ximeno? ¿Aquí? Yo lo hacía en lejanas tierras, pues aseguró que se desnaturaría cuando nuestro buen señor rey me hizo sustituirle en el gobierno de Peracense.

Secretario: Mi señor, precavéos. Recordad lo mal que se tomó vuestro nombramiento y su destitución Incluso osó mal hablar de don Pedro, nuestro bienamado rey.

Urrea: Bah! Nada temáis, micer Enrique. El relevo le tomó de sorpresa y su orgullo le hizo alzar la voz más de la cuenta. Además, bien poco podría hacer sin gente de armas. Abridle las puertas y qué entre... Sepamos, de una vez, qué le trae de nuevo ante Peracense, baluarte de la frontera.

El jefe de puertas saluda y sale. Al rato, entran, junto al jefe de puertas, don Ximeno y alguno de sus caballeros, ataviados todos de viaje… Ximeno hace una leve inclinación, como esperando autorización, don Ruy se alza y abre los brazos en calurosa bienvenida.

Urrea: ¡Don Ximeno! ¡Sed muy bienvenido vos y vuestra compañía!

Ximeno: Barón, mucho os agradezco vuestra acogida pues la dura jornada ha reventado a nuestros caballos y nosotros nos hallamos muertos de cansancio. Pensábamos haber llegado hoy a Caminreal, pero la noche se nos ha echado encima.

Urrea: Permitidme, no obstante, que os diga cómo me extraña vuestra presencia en Aragón. Os creía extrañado en otras tierras, ya fueran cristianas o infieles, sirviendo a un nuevo señor.

Ximeno: Y eso he hecho con las gentes de mi linaje y con quienes quisieron compartir mi desventura. Durante poco menos de un año, he servido, a soldada y botín, a Yayha ben Ishaq ben Ghaniya, descendiente de los antiguos reyes moros de Mallorca. Durante meses hemos guerreado en Berbería, asfixiados por el calor y el polvo de tierras tan secas y áridas, contra el califa de los almohades, pero queda poco ya que ganar, el botín es magro, las esperanzas pocas y pronto Yayha no podrá pagar ni el sustento de sus concubinas...

Urrea: Extrañas aventuras parecen y dignas de vuestro esforzado ánimo, pero… ¿qué haréis ahora?

Ximeno: Con el consejo y la ayuda de mis parientes y amigos, vengo, en compañía de mis deudos más próximos, a postrarme ante el muy alto y poderoso señor rey de Aragón, don Pedro, uien siempre fue mi señor natural y esperar su perdón.

Urrea: Me reconforta oíros, don Ximeno. Yo mismo, por medio de mi escribano, Enrique de Çaracoça, presente a mi diestra, remitiré a la consideración de don Pedro mi afecto por vos y el ruego de que os acepte de nuevo entre sus más fieles vasallos.

Ximeno: Nuestra Señora Santa María Virgen s tenga en cuenta vuestros buenos actos y los encomiende al Altísimo. Mas ahora, me gustaría ver a mi esposa e hijos, don Ruy.

Urrea: Ah, cómo lo lamento. Don Pedro me los rogó para encargarse de su cuidado y, como era mi obligación, se los trasmití.

Ximeno: Por…! Os los encomendé a vos. Si no fuera porque os tengo en altísima consideración y no os creo capaz de tal felonía, pensaría que se los habéis entregado en prenda de mi voluntad.

Urrea: No, no, don Ximeno, el rey los cuida como a familia propia por el afecto que siempre os tuvo. No guardéis cuidado, mi buen amigo, pasad y refrescáos con nosotros. Mañana seguiremos hablando.

Ximeno (con un leve punto de soterrada ira): Sí, visto lo visto, mañana conversaremos mejor, barón.

Tras lo cual el sennor de Urrea invita a todos los presetes a degustar la exquisita cena preparada al efeto..

Es de notar, no obstante, que don Ximeno habíase quedado sin la su voz durante el parlamento, de modo que necesitaba con urgencia un vaso de agua para proseguir, mas non comprendiendo este punto el señor de Urrea, nególe el agua a don Ximen, haciendo que su capitán la pidiese para su señor e prometiéndole grandes desgracias por causa della... E a Fe mía que se cumplió la predicción, como habráse de ver.

Fecho esto, sentáronse los mesnaderos a agasajar al Cornel en cena de gala en la cual todos lucieron sus mejores vestimentas, incluso el escribano, que estrenaba para la ocasión un bello cinturón de tela bordada con las armas de la Casa de Pardo -obra de don Luis Gominolo e su madre- además del donoso pellote de seda verde que ya vistiera en Anento, e a ese pergamino remito a mis lectores. Fue la cena preparada assímesmo que la comida por los siempre obsequiosos e admirables mestres cocineros donna Roçío Bruna e don Atho de Foçes, consistiendo en esta occasión en sabrosísimo cuscús moruno de sémola con garbanzos, cebolla, carne, verdura picada, setas e frutos secos muy estimulantes et de paladar notabilísimo como plato único, que sólo la mitad de sus ingredientes bastaría para saciar a una batalla de soldados de infantería et que despertó un sonoro "¡Wa lah-galibah illah Allah!! ¡Allah u-akbar!" del mercenario Josepe de Betula, pues tan morisca pitanza despertó en él ecos nostálgicos de sus infieles tierras africanas. E fue una cena doblemente agradescida también porque por primera vez pudimos gozar en ella de la grata compañía de los nuevos mesnaderos Aliger Ferrum, que compartieron mesa, pitanza y mantel con nosotros e que mucho nos congratulamos dello...

Durante la sobremesa desta exquisita cena don Gombaldo de Tramacet, recién llegado con su dama donna Elena e sus infantes, mostró a las mesnadas reunidas un curioso regalo de la su esposa, un artilugio que dixo llamarse "MP40" e que a lo que deduxe era una arma de fuego de las que llaman "ametralladora", sea esto lo que fuere, e que venía acompanyada de su "cargador" (raro nombre, pues non ví queste artefacto cargase otra cosa que su propio peso), mas realmente interesante e curiosa en gran manera, de tal modo que por todos los mesnaderos fue admirada e blandida, aunque non disparada por non estar dita "MP40" adereçada para ello por el tremendo peligro quello conllevaría.

Llegóse el momento de reunir a todas las mesnadas en torno a don Artal de Alagón para repasar el desarrollo de labatalla que tendría lugar al día siguient e que ivba a consistir en una asalto al castillo favorecido por la traición de don Ximén Cornel, el qual envenenaría las aguas de las albercas, abriría las puertas de la fortaleza a sus hombres e intentarían éstos hacerse con el castillo tras serles lanzadas piedras e flechas, reventar el portón del segundo recinto, entablar lucha en el mismo con los defensores, acabar a flechazos e con agua hirviendo (de lo que me encargaría yo mesmo) con quien intentara acceder a las salas nobles e tomar prisionero a don Ruy de Urrea muy ladina e arteramente durante un enfrentamiento de adalides, todo lo cual configuraría una muy recia, e larga, e gozosa batalla de la que todos disfrutaríamos muy sobremanera. Expusieron sus dudas algunos mesnaderos e adalides, diéronse explicaciones e propusiéronse variaciones al plan previsto, conviniéndose entre todos una reunión la mañana del sábado, media hora después de tercia, para repasar por última vez los pasos de la donosa batalla... Mas ya veremos, como venimos anunciando, que lo propuesto por el hombre non coincidiría en modo alguno con lo dispuesto por Dios Nuestro Señor... Bendito sea su Nombre.
Tras todo aquesto retiróse el escribano a departir con don Ximén de Urrea, donna Ana de Luesia, donna Elena de TRamacet, donna Maite Física, con don Sancho de Haro, don Sancho de Antillón e otros companneros en un discreto aparte durante el cual nos llegaban risotadas e gritas desde el toldo. Íbase a retirar el escribano a sus aposentos en la villa de Peracense cuando decidió permanecer un ratico en compañía del resto de las mesnadas en el toldo del castillo escuxando sus parlas e, sobre todo, las bromas e chascarrillos e canciones de don Rodrigo de Liçana, al cual el orujo, la lamparilla, el moscatel e los espiritosos habíanle dexatado la lengua y aún los corvejones, pues andaba el buen hombre dicharachero a plazer, e cantarín, e risueño, despertando las carcajadas de los presentes con sus bromas e canciones, entre las que destacó muy por encima de otras el siguiente e bellísimo carmen sefardí:

DIZE LA NUESTRA NOVIA

Dize la nuestra novia cómo se llama cabeça.
Que non se llama cabeça sino campos despaciosos,
Ay mis campos despaciosospase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia cómo se llama el cabello.
que non se llama cabello sino seda de labrar.
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia
cómo se llama la frente
que non se llama la frente
sino espada reluciente.
Ay mi espada reluciente...
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia
cómo se llaman las cejas
que no se llaman las cejas
sino cintas del telar
Ay mis cintas del telar...
Ay mi espada reluciente...
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia
cómo se llaman los ojos
Que non se llaman los ojos
sino ricos miradores.
Ay mis ricos miradores...
Ay mi espada reluciente...
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia
cómo se llama nariz
Que non se llama nariz
sino dátil datilar.
Ay mi dátil datilar...
Ay mis ricos miradores...
Ay mi espada reluciente...
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia
cómo se llama la cara
Que non se llama la cara
sino rosa del rosal.
Ay mi rosa del rosal...
Ay mi dátil datilar...
Ay mis ricos miradores...
Ay mi espada reluciente...
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Dize la nuestra novia
cómo se llaman los labios
Que no se llaman los labios
sino filos de coral.
Ay mis filos de coral...
Ay mi rosa del rosal,
Ay mi dátil datilar,
Ay mis ricos miradores,
Ay mi espada reluciente,
Ay mi seda de labrar,
Ay mis campos despaciosos...
pase la novia y goce al novio.

La novia, el novio...

Mas ya se sabe lo que supone un carmen delicado en manos de soldadesca medio borracha, de modo que a poco la novia y el novio se habían convertido en "¡¡¡LAA NOOOOVIA, EEL NOOOOVIO...!!!" a voz en grito e con tono como quien dize cazallero que despertó grandes risotadas en todos los presentes cada vez que se entonaba el estribillo del carmen en cualquier momento, incluso cuando al cronista se le demandó el "Se Canto" occitano, de modo que al llegar al estribillo que dize "Se canto, que canto, canto pas per ieu", començaron todos a entonar "¡¡¡LAA NOOOOVIA, EEL NOOOOVIO...!!!", lo que me fizo partir de risa literalmente hasta casi caerme al suelo.

E assí transcurría la noche entre grandes gritas cuando muy justamente don Artal de Alagón nos recordó a todos los presentes que había companneros que desseaban dormir unas horas, que estaban acostados en los pabellones que nos rodeaban et que difícil les iba a seer conciliar el sueño entre tanta novia e tanto novio. Lo qual fue dicho por don Artal con tan grave semblante e acertado verbo que fue senyal para levantar campa e retirarnos a nuestros alojamientos, lo que fizimos mientras escuxaba las roncas del interior de algunas tiendas a las cuales, sin duda, non había llegado el eco de las bodas cantadas por los mesnaderos...

E aún acabándose aqueste glorioso día, queda por narrar que al dirigirme en la oscuridad hacia do estaba atado mi corcel, vide a tres caballeros que parecían un tantico perjudicados non precisamente por haber bebido agua e refrescos sino vinos e licors, e que pretendían llgarse al castillo por disfrutar de la compaña de los mesnaderos que ya habían levantado su reunión e retirádose a dormir, cosa que les advertí a los lindos et de la que non me hicieron el menor caso, pues los dejé continuando su camino hacia la fortaleza...

E assí, con tres borrachos en busca de más jolgorio e un escribano reventado de cansancio dirigiéndose a su posada cerraremos este segundo día a la espera de la continuatio destas jornadas peracenses...

TERCIA JORNADA

"DONDE CABEN DOS, CABEN TRES"
Ximeno Marco de Celaya

Llegamos assí al día fatídico de Santo Domingo de Guzmán, 8 de agosto, que algo tendrá que ver el fundador de la Santa Inquisición con los castigos con que los Cielos nos abatieron en su conmemoratio. Tras una no mala noche de sueño apacible, alçóse el escribano del lecho, púsose sus vestiduras e baxó a reunirse con otros mesnaderos en el comedor de la fonda por desayunarse. Era aqueste el día grande de Peracense, en el que debía consumarse la batalla por el castiello y en el qual la traición iba por unas horas a triunfar sobre el honor. Muy contentos subímonos todos a la fortaleza por continuar con nuestras tareas de campamento e reunirnos por última vez antes de la batalla de la tarde, de modo que al poco estábamos todos con nuestros pergaminos e cálamos, las labores de bordado, de reparación de cotas de malla, de trabaxo con el cuero e los metales e otras multas actividades hasta que, pasada media hora de sexta, don Artal de Alagón convocó a la hueste para las postreras instrucciones. Quiso entonces mi humana naturaleza llamarme a los aliviaderos con urgencia, de modo questa reunión hubo de convocarse sin la presencia del escribano que, dicho sea de paso, permaneció en el campamento también por hallarse éste vacío de vigilantes y expuesto sin recato a la curiosidad de peregrinos, que ya el día anterior habían deambulado por entre los pabellones obligándonos a hacerles salir del campamento amablemente e con derechas explicaciones.

Llegóse assí la hora del yantar, que en aquesta ocassión fue la pitanza donada por el concejo de la villa de Peracense e que consistió en unas sabrosas judías verdes con jamón et el consabido rancho de carne con su caldico e sus patatas cocidas, lo cual fue servido por maese Sancho de Antillón e yo mesmo, que estaba todo ello muy sabroso et fue largamente disfrutado por las huestes reunidas bajo el toldo de la campa. Mas... ¡Ay, que llega poco a poco el momento de la catástrofe! Ya en días anteriores los sabios árabes habían predicho la posibilidad de tormentas a partir del sábado a la tarde, e muchas habían sido las conjeturas sobre si sí o si no, confiando las huestes en que la sabiduría de los entendidos en la materia fuese errada como en otras multas ocasiones lo ha sido. Mas non fue assí, para nuestra desdicha, que a muy poco de acabar la comida, e hallándonos todos en la sobremesa, cubrióse el cielo de muy negras nubes que venían de todas partes hacia el castillo como atraídas por el notable espectáculo de tan lucidas e gallardas huestes como en él se hallaban.

Era aproximadamente llegada la hora de nona. Nervio y ansia ante lo que podía avecinarse llevó a los mesnaderos a recoger sus enseres, lavar sus platos e cubiertos (algunos, al menos), cerrar a cal y canto sus pabellones e mirar a los Cielos, que ya non amenazaban llluvia sinon que la ofrescían. Al principio, un chispeo alimentó la esperança de que la tormenta, si fuerte, non durase demasiado. Algunos mesnaderos se ocuparon en labrar canales entre los sus pabellones por evitar la entrada del agua en ellos. Pero de ahí a poco, decir que llovió es quedarse en los prolegómenos, ya que abriéronse los embalses de toda la corte celestial e Peracense conosció un diluvio como nunca jamás lo sufriera hasta entonces. Graniços como nueces de buena añada cayeron sobre el campamento e esa fue la senyal para que todos abandonásemos el toldo e nos refugiásemos en la taberna de la fortaleza mientras contemplábamos la tremenda tromba de agua con impotencia. Al principio tuvimos la esperança de que, habiendo començado a tan temprana hora e siendo las tormentas estivales tan recias como poco duraderas, aún nos diese el tiempo una tregua e lográsemos llevar a cabo la batalla prevista. Fue aquél el momento en que don Artal de Alagón, con admirable ánimo, gritó "¡companneros que el agua no nos pare!"...

Pero nos paró. Non acababa de dezir aquesto el buen don Artal cuando un horrísono trueno vino acompanyado por un arrecio de lluvia que caía por cántaras. En aqueste momento el campamento quedó abandonado salvo por algunos caballeros que se esforçaban aún por colocar sus pertenencias en el centro de sus pabellones para evitar que se moxaran, abriendo nuevas zanjas alrededor dellos sin que nada sirviera, pues tales zanjas quedaban de inmediato anegadas e sin efeto. Fue una tormenta sin tregua, que duró varias horas e que se dexó sentir peligrosamente en toda la comarca, pues poblaciones como Villafranca e Monreal del Campo sufrieron el desbordamiento del río Xiloca e quedaron aisladas por cubrir el camino real las aguas dél. Mientras, allá en el castiello rojo, la tormenta trajo nuevas catástrofes, ya que el pabellón de los Señores del Norte cedió al embate de las aguas e comenzó a desplomarse, lo que hizo que varios mesnaderos saliesen corriendo de la taberna, alguno prácticamente en cueros, como don Atho de Foçes, por endereçarlo de la mejor manera possible. E fue momento de grande vergüenza para todos, ya que apenas media docena mal contada de caballeros acudieron a salvar los bienes de los Iparreco Iaonac, entre ellos el admirable don Lázaro de Leyva, que túvose que cambiar sus ropas moxadas hasta por tres veces, non quedando en su ajuar una mala camisa que non estuviera húmeda, mientras los demás mirábamos cómodamente el panorama desde la barrera de la taberna, bien secos e descansados, de lo cual me acuso personalmente e con grande vergüenza, tanto por mí mismo como por quienes me acompanyaban... E non quiero disculpar dello a nadie mas rendir mi admiración e pedir su perdón, aunque de poco sirva a estas alturas, a quienes supieron estar donde debían.

Mas a todo puerco le llega su San Martín, y a mí me habrían de pasar cuenta en muy poco tiempo. Pues aprovexando que el campamento se había convertido en un "¡Sálvese quien pueda!", hize lo oportuno tratando de llegar a la explanada do estaban nuestros caballos, de tal modo que, llevando mi tabardo rojo sobre la saya y el camisón, cayó sobre él una buena copia de lluvia que lo destiñó a plazer, assí que cuado llegué a la fonda de la villa de Peracense comprobé con horror que la tinta roja del tabardo había impregnado la saya, el camisón, mis propias manos y la camisa de don Rodrigo Ortiz de Zárate, ya que se sentó encima del tabardo (que estaba sobre el respaldo de una silla) y éste le transfirió el rojo de su tinte a su espalda e su trasero... Añádase a ello el tremendo talegazo que don Atho de Foçes sufrió en salva sea la parte por resbalar sus botas de cuero sobre el piso moxado de la lluvia, que fizo a todos dar un respingo e correr a socorrelle para comprender, sin embargo, que para entonces los límites del encuentro de Peracense habíanse sobrepasado para entrar ya en los de la simple y llana camaradería, amistad e companyerismo sin distinción de nobles y villanos.

E continuando con esta tercera e fatídica jornada digamos que non todo fue catástrofe, pues la cena preparada por el concejo de la villa, consistente en unos macarrones con atún e un exquisito asado de carne con patatas, fue en verdad muy sabrosa, máxime cuando fue seguida de una queimada muy bien preparada, vertida por donna Roçío Bruna e dos vecinos de Peracense, e de excelente sabor que templó muy a maravilla a los mesnaderos recogidos en el pabellón et cuyo conjuro fue recitado por el escribano de aquesta manera:

http://www.youtube.com/watch?v=vEY4Lfa_Ltc

Conxuro da queimada

Mouchos, curuxas, sapos e bruxas.
Demos, trasnos e diaños,
espíritos das neboadas veigas.
Corvos, píntegas e meigas:


feitizos das menciñeiras.
Podres cañotas furadas,
fogar dos vermes e alimañas.
Lume das Santas Compañas,

mal de ollo,negros meigallos,
cheiro dos mortos, tronos e raios.
Ouveo do can, pregón da morte;

fuciño do sátiro e pé do coello.

Pecadora lingua da mala muller
casada cun home vello.
Averno de Satán e Belcebú,

lume dos cadáveres ardentes,
corpos mutilados dos indecentes,
peidos dos infernais cus,
muxido da mar embravecida.
Barriga inútil da muller solteira,
falar dos gatos que andan á xaneira,
guedella porca da cabra mal parida.

Con este fol levantarei
as chamas deste lume
que asemella ó do Inferno,
e fuxirán as bruxas
a cabalo das súas vasoiras,
índose bañar na praia
das areas gordas.

¡Oíde, oíde! os ruxidos que dan
as que non poden deixar de queimarse
no augardente quedando así purificadas.

E cando este beberaxe
baixe polas nosas gorxas,
quedaremos libres dos males
da nosa alma e de todo embruxamento.

Forzas do ar, terra, mar e lume,
a vós fago esta chamada:
se é verdade que tendes máis poder
que a humana xente, eiquí e agora,
facede que os espíritos
dos amigos que están fóra,
participen con nós desta queimada.

Non es que el acento del cronista fuesse realmente galego, como el conxuro pide, e assí lo expresó maese Axil de Legio, pero quien os habla es aragonés de pura cepa e le sale el acento maño aún leyendo a Rosalía de Castro, assí que quien quiera oíllo en su derecha versión que marche a Santiago de Compostella e visite la catedral aprovexando el viage...

E assí vamos dexando atrás el día de Santo Domingo... Charraron los mesnaderos bien acomodados mientras otros habían decidido pernoctar en el castillo por haberse mantenido sus bienes secos, mas el cansancio, la tensión e la tristeza acabaron por pasar su factura en nuestros cuerpos e retirámonos poco a poco a nuestras alcobas los que las teníamos algo tristes e deprimidos a la espera de un nuevo día....

QARTA JORNADA

"EL CAMINO A VILLAFRANCA ESTÁ FATAL..."
Ana de Luesia

Pues con el amanescer del cuarto día, domingo, 9 de agosto de 1209, festividad de San Román, llegó el momento de subir al castillo por comprobar cómo habíase passado la noche para los que en él durmieron e como quien dize a evaluar los daños después de la catástrofe. Grande fue la alegría al comprobar que non había sido para tanto el estropicio, que fuera de algunas consecuencias nefastas (por exemplo, el quebrantamiento de un mástil de la tienda de maese Rufino e la pérdida de material, tanto suyo como de don Lázaro de Leyva, muy mal oxidado por las humedades, de lo que nos lamentamos grandemente), en general los pabellones habían aguantado correctamente e sin grandes perjuicios e las posesiones de los mesnaderos andaban húmedas por el agua mas no destrozadas, de todo lo cual nos enteramos con discreta satisfacción.
Hecho aquesto, nos apresuramos todos a recoger la campa e aún, por sacarnos la espina de non haber batallado en aqueste encuentro, dispusimos hacer un amago de asalto al castiello, de modo que arrojamos los globos de agua dispuestos al efeto para la ocasión del día anterior sobre el camino que bordea la fortaleza por el lado de levante (con discreto acierto, a Fe mía) e colocamos la puerta de madera sobre el acceso al segundo recinto, atacándola los bravos mesnaderos por el otro lado con ariete e hachas e defendiéndola por el lado opuesto tres caballeros, trabándose combate luego de abatilla al pie del torreón de acceso al castillo en su parte superior. Vencidos los defensores, halló don Ximeno Marco de Celaya el Santo Grial oculto entre las piedras de la torre, mas al no ser su estatura suficiente para tomallo en las sus manos (que don Ximeno Marco e yo mesmo somos de la raza de los hobbits, qué le vamos a fazer), fue maese Polo quien lo fizo, ganándose el título de "Caballero del Santo Grial" e la responsabilidad de mantenello en su poder el ocultallo hasta la siguiente ocasión, que será dentro de un anyo.

Sacada la espina de la acción guerrera, fechas multitud de fotografías e muy bien animosos los soldados, damas e visitantes, comprobamos que la tormenta del día anterior andaba de nuevo pululando por las almenas, de modo que muy de seguido vaciamos el castiello de los últimos enseres e baxamos presurosos al pabellón do iba a disponerse la pitanza, que fue una ensalada et carne con patatas como la cena anterior e de nuevo muy sabrosa e muy bien aprovechada e digerida por los mesnaderos. Antes, no obstante, tuvo lugar la impresionante escena de los mesnaderos guardando sus caballos en el interior del pabellón al comenzar de nuevo la graniçada a descargar sobre Peracense, de modo que en un "amén, Jesús" quedó el espacio cubierto de cabalgaduras e la mía, triste y sola, permanesció en el campo por ser animal sufrido e non necesitar de cobijo. Departimos tras la comida un cierto tiempo entre nosotros hasta que don Artal, tan juiciosamente como suele, llamónos a capítulo por analizar el transcurso del evento, trabándose entonces muy sesudas razones e opiniones sobre las vestimentas, las comidas, los apoyos de unos e otros, e multas otras más intervenciones que non corresponde aquí narrar por lo menudo e que se verán reflexadas en el Codex Peracensis de aquí a poco.

E muy poco más queda por dezir, mis amados lectores. Sólo que los cielos volvieron de nuevo a castigarnos con tremenda tronada e nos dispusimos todos a abandonar la villa excepto don Atho de Foçes e su prometida, que hubieron de regresar al castiello por recoger unas pertenencias que en él habían olvidado. El resto de los mesnaderos pedimos información a los lugareños por saber el estado de los caminos ante semejante diluvio, et donna Ana de Luesioa nos conformó que "el camino a Villafranca estaba fatal" y era necesario, por tanto, hallar rutas alternativas, cosa que fizimos.

Lucida caravana fue la que abandonó Peracense hacia la hora de vísperas, tomando el camino de Ojos Negros hasta alcanzar Montreal del Campo con la maldita lluvia siempre repicando sobre nosotros en aguacero hasta que llegamos al camino real y, a buena marcha, dexamos atrás Teruel et nos adentramos en tierras caesaraugustanas en las que, como por encanto, dexó de llover e pudimos ver el sol de nuevo (lo que me faze pensar en algún encantamiento de las malas zorras e bruxas que mal nos quieren), llegando sin más novedad a nuestros feudos con una extranna mezcla de satisfacción e pesadumbre en el ánimo...

E assí como lo he contado es como ocurrió e cómo seguirá siendo contado todos los días e occasiones que Dios me conceda de vida.

En el castillo de Zufaria, a 11 días del mes de augusto deste anyo de 1209.

Enrique de Çaragoça

Cronista Maior de la hueste Fidelis Regi