domingo, 21 de octubre de 2007

Cronica del Castillo de Peracense

Cronica del Castillo de Peracense

CRÓNICA DEL ARRIESGADO ASALTO AL CASTIELLO DE PERACENSE E DE LA GLORIOSA DERROTA QUE LOS CABALLEROS FIDELES DEL REY DE ARAGÓN SUFRIERON ENTRE SUS MURALLAS, ATACADOS POR CHUSMA EMBRUTECIDA SIN AMO, SIN DIOS Y SIN REY.

Narrada, como quiere la costumbre, por el Cronista Mayor de la Hueste Real, Enrique de Çaragoça, para deleite e formación de propios i extrannos.

In nomine Patris, et Filii, et Spiritu Sancti. Amen.

JORNADA ÚNICA

Muere ya el verano y va sosegándose el alma en la tranquilidad e seguridad de nuestros feudos aragoneses, mas quiere todavía el Supremo Hacedor que sean precisos los servicios de la Mesnada Regia en los más insospechados rincones del Reino, de modo que este pasado día de San Jerónimo, Padre de la Iglesia, último del mes de setiembre deste Anno Domini de 1213 fuimos convocados los nobles de la hueste Fidelis Regi a la defensa del castillo de Peracense, en la tenencia de Daroca pero próximo a la muy noble Civitas Turolii, a la que los integrantes de las Doce Casas nos sentimos especialmente vinculados por diferentes raçones de nascimiento et de sentimiento.

Amaneció nublo y con recia niebla en mis tierras de Çaragoça cuando salí de mi castillo una hora después de prima para encontrarme con el caballero don Rodrigo de Lizana y cargar nuestros percherones con los pertrechos necesarios, pues íbamos a levantar campamento y armeros y precisábamos tienda e todo lo demás necesario para tal menester. El viaje a las tierras turolenses fue tranquilo, con niebla, con frío e con todo, deteniéndonos únicamente en una fonda de la villa de Daroca para tomar un tentempié antes de proseguir camino y llegando a Peracense en apenas dos horas, cuando pasaba media de tercia. En una pequeña taberna de la aldea esperamos a don Artal, que seguía nuestros pasos, y apenas arribados a la explanada ante las murallas del castillo llegaron tras nosotros los caballeros vizcaínos desde sus tierras del Norte, aunque esa noche habíanla pasado en la cercana Castilla.

Es el castillo de Peracense una bellísima e muy bien dispuesta fortificación, como imaginarse non puede uno sin estar allí e contemplallo con embeleso, a la vista de la torre de vigilancia de Singra, frontera con el reyno de Castiella (del que nada bueno suele venirnos a Aragón salvo honrosas excepciones), distribuida en tres recintos muy reciamente defendidos con fuertes muros rematados con sus almenas e merlones y dominados por una imponente Torre del Homenaje que señorea la fortaleza, aedificada toda ella con esa piedra arenisca bermella que en el país llaman “rodeno”, muy propia destas sierras y que resulta muy espectacular de ver e dificultosa de quebrantar cuando forma parte de recia muralla.

Allá a su defensa, como digo, fueron convocados los barones de las Doce Casas acompañados por un pequeño contingente de tropas escogidas del señorío de Vizcaya, formado por el senyor don Fortún de Ayala e dos freyres del Temple que cuidarían de nuestras almas y velarían por su eterno descanso, repartiendo también entre el “Non nobis, Domine” y el “Sed nomine tuo da Gloriam” muy notables e certeras estocadas sobre quien osara plantarse ante sus Paternidades. Eran llamados aquestos nobles vizcaínos Ipareco Iaonac, que en su enigmática e bella parla vascongada quiere dezir “Senyores del Norte”, y que es en verdad extranno nombre mas al que sin duda non tardaremos mucho en acostumbrarnos.

Junto a ellos formábamos los Fideles Regi que, en esta ocasión, limitábamos al barón don Juan de la Guardia, don Artal de Alagón, don Rodrigo de Lizana e un servidor de vuesas mercedes, cuyos güesos hallábanse aún en repostura después de lo de Moyuela mas que no quería perderse el escribano aquesta nueva ocasión de sacar a pasear la espada bien a modo et descargalla sobre cuerpos de enemigos. En el último instante el caballero don Ruy Ximénes de Urrea y su esposa donna Ana de Luesia se hallaron indispuestos et non pudieron concurrir a la cita, al igual que don Lope Ferrench de Luna, a quien problemas de incompatibilidad doméstica retuvieron en su feudo caesaraugustano para su disgusto i el nuestro.

Por fortuna varias eran en esta nueva ocasión las mesnadas que habían respondido a la llamada de nuestros cuernos de batalla, de manera que bajo las rojas murallas de Peracense juntáronse los nobles y jóvenes guerreros Leo Crucis, los duros mercenarios de ACHA con su temible capitán, el Orko Daniel, al frente e incluso una partida de almogávares venidos de tierras de Teruel, a los que saludamos con grande alegría por ser viejos conocidos mas muy de tarde en tarde visitados. Allá se vinieron su adalid Ferrolobo, su almocadén Somarro del Pobo y otra buena decena de esos llamativos e temibles mercenarios cubiertos de pieles, de salvaje aspecto, que habrían de ayudarnos a defender la fortaleza de muy eficaz modo, como se verá. Y recuérdovos que aragonés soy y de la ironía gusto, como muchos de mis paisanos...

Echábase ya la hora del asalto al castillo, bien pasada la de sexta, cuando acababamos las huestes de almorçar buena cecina e pan e vino e cerveza y ya la fortaleza lucía en su patio de armas los pabellones y armeros de Fidelis Regi e ACHA y Peracense entero bullía de una buena cuarentena larga de guerreros entre los que se encontraban el orko Daniel (por buen nombre conocido como capitán don Alvar García, de la mesnada del Lobo Negro), como dige, e maese Gominolo, las bellas donnas Almudena, Leyre e Laura de Leo Crucis, el conde de Morvedre, los almugávares turolenses, los seores padres de los caballeros don Artal e don Rodrigo y un largo etc. que pintaba abigarrado cuadro de buenos y bravos guerreros y que sería demasiado prolijo detallar. A ellos sumábase un nutrido grupo de ancianos caballeros e damas que a Peracense habían venido a solazarse con la hermosa vista del castillo sin sospechar que a punto estaba de ser asaltado.

Estrenaba vuestro amanuense para esta ocasión un muy notable e fino calçado de buen cuero e presentaba impresionante imagen con su recién estrenado gambesón, veste e botas, mas nervioso estaba mi ánimo ante la proximidad del combate. Aún tardáronse unos minutos en determinarse los detalles del encuentro que se avecinaba, organizando don Artal ese maremagnum de vestes, escudos, gambesones, yelmos y espadas parloteantes del buen modo que suele su siempre admirable sentido común, e cuando todo ya anduvo dispuesto e bien entendido por todos e convenientemente aderezado subióse su sennor padre a la alta muralla del segundo recinto, saliéronse los atacantes al exterior de la fortaleza, quedáronse los fieles defensores dentro della y dióse comienzo el ataque, que fue como sigue:

ASALTO A PERACENSE

Holgazanean los caballeros Fideles Regi en las lizas del castillo mientras una docena de almugávares, descontentos e taciturnos por la falta de paga al no disponer de pecunio las arcas reales, corren apuestas e cuidan la poterna de entrada y, en el segundo recinto, los freyres templarios rezan por la salvación de sus almas y por el bien destos reynos, cuando el tenente de la fortaleza grita desde lo alto: ¡Los veo, los veo, allí están! ¡A las armas, a las armas!...

Pónense todos en movimiento, don Artal requiere su escudo, ajusta don Rodrigo el barboquejo de su yelmo, don Juan de La Guardia desenvaina su ferruza con presteza y un servidor vuestro da grandes vozes a los almugávares, espada en mano, diciéndoles que cierren el portón y no permitan aproximarse al enemigo a los lienzos de la muralla. Mas, ¡ay de nosotros!, la maldita chusma almogávar es brava, temible e dura mas no tiene otro amo que el dinero, y en Peracense no lo hay... Se aproxima a las puertas un caballero enemigo mientras desde dentro arrecia la grita de los Fideles Regi para que se dejen de monsergas y cierren filas contra ellos de una vez, pero el adalid Ferrolobo y el almocadén Somarro del Pobo abren conciliábulo con el parlamentario atacante y, a cambio de una bolsa de monedas como Judas Iscariote ante el Sanhedrín, no dudan en vender a sus señores, gritan todos “¡Tornachunta!” y los malditos almugávares hacen traición pasándose en masa al enemigo...

Los gritos de “¡Traidores! ¡Traidores! ¡Pagaréis por esta felonía!” de los fieles del rey elévanse hacia los merlones e almenas de Peracense pero ello no impide que la masa de soldados entre en el castillo como Pedro por su casa despaciosamente, como solazándose en su victoriosa y cobarde táctica sobornadora. Mas los Fideles Regi no son guerreros que se dejen amedrentar por nimiedades, y contentos e orgullosos al ver que van a batirse a razón de tres a uno, cierran filas y forman muro de escudos a una orden de don Artal (que, dicho sea de paso, casi deja sordo a este pobre amanuense vuestro porque dio su grito casi en mi oído) y tras la vil traición comienza el asalto propiamente dicho a los muros de Peracense.

Cierran los atacantes con lanza y espada y cierran los Fideles del rey contra ellos chocando escudos y entrelazando ferruzas, ni un paso atrás. Veo ante mí la lanza del temible Alvar García, capitán de la mesnada del Lobo Negro, que me mira sonriendo con su pupila de serpiente y sin dejarme ganar por el miedo que inspira esa mirada doy certero golpe en su lanza con mi espada y la aparto de mi escudo mientras veo cómo mis hermanos de armas se baten a plazer en el flanco derecho con los Leo Crucis e ACHA y los almugávares se solazan viendo el espectáculo que su villanía ha propiciado. En un instante de duda en el que nuestros atacantes vacilan ante el valor de los hombres del rey, clama don Artal por la ayuda de los freyres templarios y los caballeros del Norte, quienes a la grita de “¡Vizcaya, Vizcaya por Aragón!” bajan prestos a unir sus fuerzas a las nuestras mientras reculamos sin perder la cara al enemigo hacia el segundo recinto do barruntamos que tendrá lugar el decisivo combate.

Así es. Ganada la altura de la segunda terraza por los guerreros atacantes, el combate se abre e se faze general. Vuestro amanuense soldado no puede ya con su alma, aunque tiene aún arrestos para dar dos buenos golpes a un caballero enemigo, pero ellos son demasiados y el gambesón me pesa como si fuese de plomo, el escudo me vence el braço y la espada se me cae ya de las manos. Al intentar levantarla, siento fuerte golpe en mi costado y levanto mi arma por la hoja dando a entender que estoy ya malherido. A mi alrededor se baten los Fideles Regi con furia inusitada, pero todo es inútil. Don Juan de La Guardia ha caído. Don Artal está a punto de hacerlo, batiéndose con dos o tres atacantes a la vez hasta ser alcanzado. Don Rodrigo también yace cerca de mí.

Todo está perdido. Claman ya los guerreros su victoria, arrebatando de su emplaçamiento de honor el Senyal Real y rematando con sus espadas a los caídos, de modo que a pesar de que me esfuerzo por recuperar mi hierro y morir matando, uno de esos malditos se viene hacia mí y hunde su acero en mis tripas (hallando, por cierto, buen campo en el que hacerlo) no sin dejar en mi viaje al infierno una buena blasfemia en la tierra para el hideputa.

Peracense ha caído...


Muy grandemente aplaudida fue la batalla por las muchas gentes que habían asistido regocijadas a ella, y como todo es amistad e buena concordia entre nos, reunímonos todos (vencedores e muertos milagrosamente resucitados) en la explanada del segundo patio de armas para mostrar hermoso cuadro conmemorativo de la toma de Peracense, gritando “¡Leo Crucis!” “¡ACHA!” “¡Fidelis Regi!” e respondiendo todos ¡GLORIA!, excepto a la extraña grita “¡IPARECO IAONAC!”, ante la que todo el mundo guardó discreto silencio e mostró grande extrañeza por ser el vascuence bella lengua mas de difícil entendimiento para un noble de la Corona de Aragón. Mas ruego a nuestros nobles Señores del Norte no tengan en cuenta tal actitud como agravio y consideren también que reconocemos la gloria de su gesta como lo fue la de los demás que participaron della. El tiempo nos enseñará a todos a reconocer su blasón y a apreciarles en un “amen, Jesús”...

Hicímonos multitud de fotografías, (nunca me acostumbraré a esos ingenios del demonio que más parece que van a echarte una maldición que a tomar y guardar tu imagen de modo inofensivo, aunque siempre creeré que algo hay de magia en ellos, e non de la buena), desplegó donna Almudena de Leo Crucis -ataviada con un cautivador vestido azul de vertiginoso escote (Dios me perdone)- su brillante talento con las plumas e las tintas sobre el pergamino (mucho mayor que el de este chapucero amanuense vuestro) y entre unas y otras cosas llegóse a lo tonto la hora del yantar y formamos cuadrilátero de hermandad guerrera todos cuantos allá estábamos salvo los caballeros ACHA e Leo Crucis, que fuéronse a recorrer la fortaleza para conocella e fotografialla y luego dispusieron sus manjares a la sombra mientras nosotros, menos desarrollados de intelecto, sufríamos el perjuicio de los rayos solares en nuestros rostros, que el día hauía començado nublo más se desperezó despejado e ahora reinaba ciertamente caluroso aunque agradable.

Muy sabrosa e bien aderezada fue la comida, tanto en manjares como en compañía, que allá se repartieron la cecina, el somarro turolense (que es carne curada de carnero de muy exquisito paladar), el fuet catalán, los quesos vascongados, el jamón, el chorizo bien curado y aún el salmón todo ello regado con buenos vinos especiados, cerveza e agua fresca mientras comentábamos la jornada e reparábamos nuestro ánimo e nuestro cuerpo. Yo me caía de sueño, pues había pasado la noche en blanco y estaba derrengado por el esfuerço de llevar y traer bultos, montar el campo e combatir contra los enemigos del castillo de Peracense, pero hete aquí que trasladámonos todos a la sombra protectora de las murallas del patio de armas, prepararon los Ipareco Iaonac una sabrosísima queimada de orujo con azúcar, naranjas e pomelos que estaba para resucitar a un muerto e solazámonos todos con los chascarrillos, anécdotas e cuentecillos (de dudoso gusto algunos dellos) que solemos los mílites, arrancando grandes carcajadas de la concurrencia e anotándolos mentalmente para luego repetillos en ocasiones tan gratas a quienes non los conozcan.

Y poco a poco, como suele ocurrir, languideció la tarde. ACHA preparó sus enseres para irlos trasladando ya a sus carruajes. Los dudosamente leales pero siempre buenos amigos almugávares de Teruel se despidieron de nosotros, ya que iban con ellos sus esposas e jóvenes infantes y no era cosa de reventar de cansancio a los chiquillos, con grande tristeza mas con la promesa de volvernos a ver de allí a poco, afirmando que muy buenos momentos habían pasado con nosotros e muchas ganas tenían de repetillos. Poco después preparóse un palenque acotado con cuerdas e estacas donde los caballeros Leo Crucis e los Fidelis Regi tiraron buena esgrima con espada de mano y media como suelen, esta vez con la supervisión e las liciones del caballero don Rufino de Leo Crucis a lo que supe, pues para entonces mis piernas casi se negaban a sostenerme, aunque un servidor vuestro aún tuvo humor para enseñar los armeros a un par de parejas de visitantes que por allí se hallaban.

Finalmente, pasada una hora de completas y habiendo rescibido la visita e invitación del burgomestre de la villa de Peracense para tomar un refrigerio en la taberna de la aldea, començamos a desmontar nuestra campa, recogimos con grandes trabajos nuestros enseres, trasladámoslos a nuestras monturas e dejamos el castillo tan bello, tan notable e tan limpio e bien cuidado como lo habíamos encontrado a la mañana, prometiéndoles a las viejas piedras secretamente volvellas a admirar el próximo año en modo si cabe más espectacular e sublime.

Juntámonos todos los guerreros que restábamos en la taberna y comimos buen jamón, e queso e chorizo e longaniza fritas mientras charlábamos entre nos y con los miembros del Concejo de la villa. Agradeciéronnos con muy loables palabras nuestra presencia e labor en ella y rescibimos asimismo muestras agradecidas de amistad e camaradería de cuantos habían compartido con nosotros tan agradable jornada e, finalmente, montamos en nuestros palafrenes, aderezamos nuestro galopar hacia nuestros respectivos destinos y llegamos a ellos sanos e salvos, con el cuerpo deshecho mas con el ánimo ardiente e grandes deseos de repetir la experiencia.

Experiencia que no dudará vuestro rendido amanuense e cronista en relataros cuantas veces se produzca, para la mayor gloria de Dios Nuestro Señor e los caballeros fieles del rey, a quien Él guarde. Amen.

En Çaragoça de Aragón, San Remigio, primer día de octubre del A.D. de 1213.
Enrique de Çaragoça

SEMPER FIDELIS!