sábado, 1 de agosto de 2009

Peracense

A diecisiete kilómetros de Monreal del Campo, en la provincia de Teruel, no lejos de la torre de Singra, se encuentra uno de los castillos más espectaculares de Aragón: Peracense. Curiosamente, frente a la popularidad de Loarre (que parece que no exista en Aragón más castillo que ése, por muy hermoso y bien conservado que esté), no es una fortaleza demasiado conocida, tal vez precisamente porque se encuentra en Teruel y no es habitual que en nuestra tierra se preste demasiada atención a las peculiaridades de esta provincia aún demasiado olvidada. Pero en verdad es una obra de ingeniería poliorcética que en nada desmerece a los más impresionantes castillos no ya de nuestra comunidad, sino de toda España.

Aunque la presencia humana en esta zona se remonta a la Prehistoria, los impresionantes muros y estancias de este castillo datan del siglo XIV, cuando la Guerra de los Dos Pedros asolaba el solar aragonés y la guerra de asedio se encontraba en su punto álgido. Construido en piedra roja de rodeno, perfectamente mimetizado con el entorno y señoreando las alturas de la serranía donde se alza, Peracense constituye una proeza de ingeniería castellológica cuyo análisis arroja la conclusión de que un asalto a sus muros debía resultar francamente difícil, si no imposible, debido tanto a su ordenación y disposición como a la solidez de sus paramentos.

Como es habitual en este tipo de recintos, en Peracense todo está pensado para que cada parte del castillo pueda ser defendida independientemente. El primer aproche a la muralla exterior lo dificulta un camino de acceso difícilmente franqueable a un ejército en disposición de combate, esto es, en formación de muro de escudos para detener los proyectiles disparados desde la posición defensiva, por cuanto la estrechez del paso obligaría a una aproximación en fila de a dos o de tres (a lo sumo), facilitando a los defensores la defensa vertical del primer recinto desde los caminos de ronda.


En el improbable caso de que el aproche tuviera éxito y los atacantes lograsen penetrar en el primer recinto -a costa de perder varias decenas de soldados en el intento- fácilmente se podría disponer de una tropa de avanzada que les hiciese frente en el propio camino de acceso a la segunda poterna, desde cuya altura también podría desarrollarse una eficaz defensa vertical, habida cuenta de que el acceso al segundo recinto se halla también en rampa, lo que dificultaría extraordinariamente el avance de unos atacantes desfallecidos por el cansancio y agobiados por el peso de sus armas y por la resistencia encontrada en el primer asalto a la muralla exterior.

Pero aún en el caso de hallarnos ante un ataque tenaz, resolutivo y bien coordinado que lograse subir con grandes esfuerzos hasta el segundo glacis, los defensores habrían tenido tiempo de establecer una última línea de defensa ante la cual, irremisiblemente, se estrellaría el ímpetu de los atacantes de forma definitiva, puesto que la esplanada ofrece una perfecta plaza de armas en la que disponer sin problemas una última fuerza defensora.

Sólo en el caso de que el ejército atacante estuviese dirigido por un Alejandro Magno, un Saladino o un Alfonso I "el Batallador" lograría hacerse con el control del segundo recinto defensivo, caso de lo cual solo quedaría acceder al tercero por unas escaleras de madera -probablemente retiradas a tiempo-, de uno en uno (el espacio es exiguo para un ataque en conjunto), reventar la puerta de acceso a la falsa torre del homenaje -que cuenta con una buhedera como elemento de defensa vertical para arrojar agua o aceite hirviendo sobre los soldados apelotonados ante la puerta inferior-, subir por un hueco de escaleras de menos de un metro de anchura (un arquero experimentado bastaría para detener el avance desde el patio superior) y, finalmente, extenderse por el tercer y último recinto donde se hallaría la flor y nata de los defensores, los soldados más fieles del señor de Peracense, dispuestos a vender caras sus vidas antes de permitir la toma definitiva de la fortaleza...

Difícil tarea la de tomar un castillo por la fuerza. El próximo día 8 de agosto por la tarde trataremos de demostrarlo.

Mi señor don Ximeno Cornel: lo tenéis crudo.